20 septiembre 2010

Primer día

Los buses corrían normales. Tomé la 45-b pensando que era una 45-ab. Estoy seguro que decía 45-ab cuando me subí. Alguien tuvo que arrancarle la "a" a medio camino. El punto es que me dejó en la Catedral, si es tetunte gigantesco en medio de la capital. Fue hasta que me bajé y vi a un mar de gente nadando por las cunetas y aceras del centro que supe que había paro de buses. Desde la Catedral caminé hasta el Parque Infantil. Chulada de parque que ha quedado después de que el Alcalde ahuyentara a tanto malandrín con venta en la acera. En lugar de vendedores puso unas palmeras sembradas en barriles de acero. Bueno, ahora parecen basureros llenos de tierra y un escuálido intento de palmera dentro. Me subí en la 52.

Cuando llegué a Metro todo estaba normal, como si los pandilleros no hubieran amenazado de muerte a los conductores y cobradores. Caminé hasta el Super, donde para la 44. Estaba casí vacía la parada. Eran las 6:45. Había oficinistas guapos, unas secretarias, se nota por las uñas acrílicas, y unas cuantas puritanas con faldas largas. El bus que agarré iba vacío. No tuve problemas para llegar a la U.

A media mañana mi mamá me llamó y me dijo que tenía que irme rápido de la U. Los pandilleros incendiarían todo bus y toda cóster a lo largo y ancho del país, algo así me dijo. Yo como todo estudiante de Comunicación Social le creí inmediatamente no sin antes mirar los reportes en el Cuatro. Era cierto. Las maras habían tomado control del transporte público. El caos, el miedo, el terror y yo solo con dos dólares en la bolsa. No me preocupé. Sabía que mi mamá me iba a traer.

Las dos de la tarde y yo todavía en el U. Ricardo, agarrá una taxi y aquí te doy el dinero pero venite ya, me gritaba mi mamá en el cel. Yo no quería agarrar un taxi. Me habían contado que ya habían quemado varios taxis. Me aconsejaron, mis amigos y novio, que me quedara. Eso era lo más sensato. Claro que no era lo más sensato pero no quería salir de la U. Además no había taxis. No estoy mintiendo. No había taxis alrededor.

Mi mamá me dijo que iría a traerme. Hacía un mes había chocado mi carro y el único en uso era el de mi hermano, una camión pequeño. Sabía que tendría ir incómodo. Mi mamá vendría con mi hermano, a ella no le gusta manejar. A las cuatro me reuní con ellos en el Mister Donut cerca de la U. Habían llevado a mi papá, me tendría que ir en la cama del carro porque no cabíamos los cuatro al frente. Pero eso no fue lo peor. Lo peor fue hacer cola en el Mister Donut. Estaba la promoción 2x1. Parece fila de damnificados la cola que se hace cuando esa promoción está. No es nada la fila del banco el día de pago. Salimos a las cinco de ahí. Me pregunté cómo harían las trabajadoras del Mister para regresar a sus casas. Con tanto damnificado que atender tendrían que irse a las nueve de la noche o hasta que se acabaran las donas.

No había mucho tráfico. Eso pensé. Cuando llegamos a la Juan Pablo, todo empeoró. Avanzábamos un metro retrocedíamos cinco pero iba cómodo, no podía quejarme. Al menos no iba en un pickup con hombres rozándome en todas partes o mujeres restregándose en mí. Cuando llegamos al parque El Centenario nos encontramos con el hijo de la mejor amiga de mi mamá. Su nombre es Guillermo. Alto, delgado, chele y pelo negro. Mi mamá le hizo una seña para que se subiera al pick up pero yo no sé qué clase de seña le habrá hecho porque con Guillermo otras 15 personas se subieron. Tuve que pararme, quitarme el Ipod, los lentes de sol, el bolsón y empezar a acomodar gente. En cada parada se subía más y más gente. Había personas que nos hacían parada. Otras personas solamente se subían si preguntar hacia dónde íbamos. Era demasiada gente. Toda la Av 29 estaba inundada. No había buses ni costers ni microbuses. Solo pick ups y camioncitos como el nuestro.

A medio camino mi mamá me dijo que cobrara. Estoy seguro de no tener la actitud de un cobrador pero el silbido me salía limpio y claro. Dos coras me dijo que cobrara. Al inicio me daba pena, pero luego uno se acostumbra. Vaya gente, todos tenemos necesidad tópense al fondo o vamos a tener que bajarlos a todos, iba repitiendo. Todos me hacían caso. Ahí no hubo nadie que se quejara. Al contrario, iban hablando en contra de la policía. Y estos cerotes con sus retenes, uno jodido y estos jodiéndonos más, gritaba una señora cada vez que pasábamos en un retén. Ya no paraban a los pick-up, dejaban a los ciclistas en paz aún si no llevaban casco. La tarde estaba terminando y así el recorrido. No se me escapó nadie. Todos me pagaron las dos coras, algunos me pagaron más. Todos agradecían.

A las siete llegamos a la casa. Las noticias decían que el paro sería de supuestamente 72 horas. Ya habían pasado casi 24.






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